LA BRECHA DIGITAL, EXISTE

 

niños libro antiguo

Entro a mi casa, ni un ruido. Pregunto: ¿Hay alguien? Silencio. Avanzo abriendo las puertas de los dormitorios de mis hijos. Cada uno, en sus respectivos aposentos, móvil en mano y con cascos, o sin ellos pero absolutamente abstraídos  de la realidad física que les rodea y, especialmente de mi voz y de cuanto les digo.

¿A alguien le resulta familiar esta escena? Si es así y no soy la única madre de “taitantos” que a diario vive escenas parecidas, puede que la brecha digital tenga la culpa de ello.

Gran parte de los padres  tiene una visión negativa del uso que, imagina, hacen los adolescentes de las tecnologías. Ha llovido mucho desde que los niños y adolescentes jugaban en la calle como los de la fotografía que encabeza esta entrada, rescatada de un libro de mi bisabuela. Sin embargo, los jóvenes siguen haciendo las mismas cosas  a través de medios distintos que les abren ventanas a un mundo mucho más grande y cercano que el que nosotros conocimos a su edad  y, por supuesto, que el que debió conocer mi bisabuela.  La diferencia es que los cambios disruptivos de la era tecnológica han abierto una brecha que va más allá de la distancia generacional y que, como suele decir Ángel Pablo Avilés (Profesional perteneciente al Grupo de Delitos telemáticos de la Guardia Civil), “estamos fomentando que haya huérfanos digitales”, porque cuando queremos darnos cuenta, nuestros hijos se han adentrado en el mundo digital completamente solos y, a veces, sin una educación  adecuada.

Cuando se permite a un menor el acceso a un dispositivo digital  se le debe educar para su uso teniendo en cuenta que de sus actos puede derivar distintos tipos de responsabilidad. No podemos olvidar que los padres tienen atribuida la patria potestad,  según se recoge en el artículo Civil  154 del Código Civil. De ahí la obligación de “velar por los hijos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos, y procurarles una formación integral”.

Los progenitores responden de los daños y perjuicios que los hijos menores causen según el artículo  61.2 de la  LORPM  , si cometen un delito. Y, del mismo modo, responderán de las consecuencias  de los ilícitos civiles en los que incurran según dispone 1.903 del Código Civil,  recayendo sobre los padres la carga de la prueba de haber actuado diligentemente para poder eludir esta responsabilidad.

En el ámbito penal el menor puede ser víctima  de un delito (Bulling, child grooming, sexting, pornografía infantil, abuso sexual, chantaje, amenazas, extorsiones o injurias, entre otros). Pero también puede ser él quien cometa actos delictivos amparándose en el supuesto anonimato que las tecnologías le brindan. Aunque tendemos a pensar solo en la primera posibilidad, también nuestros hijos pueden incurrir en ilícitos penales (Bulling, suplantación de la personalidad, amenazas, injurias, delitos de odio,  etc.), entrando aquí en juego la responsabilidad de los padres indicada en el párrafo anterior. Por ello  debe preocuparnos, además de la seguridad de nuestros hijos, su educación y  la repercusión que sus actos pueden tener en la economía familiar. Conductas que antes tenían lugar en el ámbito privado, ahora se trasladan a las  redes sociales, magnificándose sus consecuencias para las víctimas y, en consecuencia, la responsabilidad civil derivada de las mismas. Por desgracia, en los Juzgados de Menores empiezan a ser frecuentes los expedientes  incoados por comisión de delitos a través de medios tecnológicos.

Los adolescentes también pueden cometer ilícitos de tipo administrativo. Algunas conductas pueden vulnerar  la LOPD y, próximamente el RGPD  que será de aplicación en el mes de mayo, al compartir fotos de amigos,  publicar datos de la familia o conocidos sin su autorización o incluir a alguien en grupo masivo de WhatsApp sin su consentimiento,  cosa bastante frecuente y a la que no se suele dar importancia pero que puede constituir un  tratamiento no autorizado de datos personales.

En el ámbito civil, conductas tales como llevar a cabo descargas ilegales de juegos, películas o música, pueden acarrearles y  acarrear a sus padres problemas al constituir hechos  prohibidos por la LPI. Recientemente, se publicaba la noticia de que el Juzgado de lo Mercantil número 1 de Bilbao  condenaba a un usuario de internet por “piratear”  la película Dallas Buyer Club.

Otro aspecto en el que se hace necesaria la formación de los menores ( y de los mayores) es la ciberseguridad. Adquirir buenos hábitos y adoptar medidas sencillas, puede ahorrarles, y ahorrarnos, muchos problemas. ¿Sabemos si nuestros hijos tienen instalado un antivirus en sus dispositivos electrónicos? ¿Se conectan a redes públicas? ¿Adquieren las apps en las tiendas oficiales? ¿Tienen un buen control de sus contraseñas? ¿Instalan todas las actualizaciones? ¿Cuentan sus dispositivos con algún cortafuegos? ¿Tienen desconectada por defecto la conexión a redes inalámbricas? ¿Hacen periódicamente  copias de seguridad de sus archivos? ¿Cuentan con una app de borrado remoto para caso de pérdida o sustracción del dispositivo? ¿Son conscientes de que poden ser geolocalizados por los metadatos de una fotografía o un wearable?

Cualquiera puede ser víctima de un ataque cibernético, no es necesario ser o  un personaje público  o el titular de una empresa. Los objetivos de los ciberdelincuentes son muy variados. Todo dispositivo digital es susceptible de ser hackeado, formar parte de una botnet, ser infectado por un virus e incluso  estar ser utilizado para minar criptomonedas sin conocimiento ni permiso de su propietario. Pero sobre todo esto hablaré en otra entrada. Como suelen decir los técnicos informáticos, solo existen dos tipos de personas: los que han sido hackeados y los que aún no lo han sido.

INCIBE, el Instituto de Ciberseguridad  de España, pone a nuestra disposición información y herramientas muy útiles en su página IS4Kids. No está de más echar un vistazo de vez en cuando a esta web.

Pero si algo me parece especialmente preocupante, es la identidad  digital  que los adolescentes, a veces incluso niños, se están creando. Es una identidad que les puede acompañar durante toda su vida. En una sociedad que parece medir el valor de las personas en “likes”, el adolescente es capaz de lo más inverosímil para disparar su número de followers. No suele ser consciente de que una vez que se publica una foto o se sube un comentario, se pierde su control y, si no se gestiona con un poco de sensatez la propia identidad digital, puede acarrear consecuencias negativas en el futuro. Recuerda el dicho: “Si bebes, no mandes WhatsApps”, y yo añadiría: Ni publiques en el resto de redes sociales. Las publicaciones de Snapchat no se “autodestruyen” y lo escrito, permanece (y puede difundirse con facilidad).

Por último, mencionar lo que podríamos denominar etiqueta o cortesía en las  relaciones on line, es decir, el equivalente a lo que  el libro de la escuela de mi bisabuela denomina como reglas de urbanidad y que nos es otra cosa que educación y respeto hacia la persona con quien se trata. No podemos olvidar que detrás de las pantallas hay personas como nosotros. Igual que en el mundo analógico saludamos cuando inciamos una conversación, nos despedimos, procuramos ser correctos, evitamos ser groseros y cuidamos nuestra intimidad  y privacidad en la relación con personas  que no conocemos, en nuestras relaciones on line, ¿No deberíamos actuar del mismo modo?

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Hace unos días asistí a un evento: #DigCitSummitES, un foro en el que se debatieron, desde un punto de vista interdisciplinar,  diferentes aspectos del uso responsable de las tecnologías por parte de los menores. Mis conclusiones después de escuchar a profesores, abogados, psiquiatras, entre otros profesionales, y a estudiantes menores de edad, son las siguientes:

Se hace necesario ir cerrando la brecha digital y para ello los adultos deben comprometerse en la educación de los menores, lo que conlleva su propia formación digital. Me consta que requiere no poco esfuerzo, pero no veo otra vía para lograrlo. Ellos necesitan ser guiados en muchos aspectos y nosotros podemos también aprender mucho de ellos. No podemos vivir en mundos paralelos.

Debemos ver el uso de las tecnologías por parte de los menores como algo natural y propio de la era en que vivimos y no demonizar su uso que puede reportarles múltiples beneficios si hacen una dieta tecnológica sana.

Se debe fomentar desde todos los ámbitos, la familia, la escuela y las instituciones, el pensamiento crítico  de los niños y adolescentes. Deben aprender a filtrar, discernir entre lo bueno y lo malo,  entre lo verdadero y lo falso y corroborar la información a la que acceden. La célebre frase popularizada por el City News Bureau, que constituye una de las reglas básicas del periodismo: “Si tu madre te dice que te quiere, ¡Verifícalo!” debería guiarles (y guiarnos) siempre en nuestra navegación por internet.

Y, por encima de todo, debemos predicar con el ejemplo. No podemos pedir a nuestros hijos que hagan lo que nosotros no somos capaces de hacer. Pienso en tantos padres que cuelgan las fotografías de sus hijos sin ningún recato en las redes sociales o en los que piden a sus hijos que dejen sus móviles a la hora de la comida pero no pueden hacer lo propio con el suyo.

Y dicho esto, voy a ver si consigo que mis hijos empiecen a hacer una sana dieta tecnológica  y desconecten  un rato de sus dispositivos (al menos para atender a funciones vitales como comer) sin que tal hecho suponga poco menos que una eutanasia para ellos.

Autora: María Inmaculada López González

 

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